He dicho ya que asistimos a la agonía, larga y dolorosa, del imperio estadounidense. Empecinado en burlar a la muerte y a la historia, sigue inventando placebos y paliativos para retrasar lo inevitable.
Su guerra contra el terrorismo (Ja¡) es su más reciente engendro, con las consecuencias que ya conocemos, países invadidos, restricción a las libertades y garantías individuales, la profesión de fe en la tortura como mecanismo de estado, y un ominoso y vergonzoso etcétera.
Ahora el estado mayor del Pentágono recibe el año declarando que la guerra contra el terrorismo durará al menos cien años. Me quedaría callado si pensara que es solamente "wishful thinking", o como decimos por acá, una carta a los Reyes Magos. Pero por desgracia no es así. Ante el agotamiento de justificaciones para la rapacería estadounidense y el abandono de la política, es una declaración pública de que el imperio seguirá intentando mantenerse con vida a costa de la vida de los demás. Un parásito, pues.
Sería mejor para la humanidad toda si pudiéramos asistirle en su agonía para acortarla, pero no es tan fácil. Tendremos que seguir sufriendo los efectos de sus pataletas, convulsiones y estertores de muerte.
Algunas, solamente algunas, de estas consecuencias son: la visión unipolar del mundo (estás conmigo o contra mi); el entierro mundial de la política como forma de gobierno e instrumento de estado (ahí tenemos el caso de Blair, Aznar, Fox, Menem, Yeltsin, Calderón, Reagan, Daddy Bush y el mismísimo Baby Bush, etc.); la chatarrización de la economía (el dolarcentrismo basado en una moneda que se valúa de acuerdo a la ¡deuda! de EU, los hedge funds (fondos de inversión sostenidos únicamente por saliva) y otras linduras); el sometimiento de los organismos internacionales (ONU y todas las instancias financieras); el empobrecimiento de miles de millones para el enriquecimiento de unos cuantos; el circo de los medios de comunicación para contrarrestar la cultura, la educación, la información, y por lo tanto la opinión); el deterioro de la salud y los sistemas de atención a la misma; los derechos humanos como moneda en desuso; los derechos de las naciones como mercancía de libre cambio (si no, que opine Hussein).
George Orwell y su 1984 erraron la fecha, pero no el escenario.
No quiero ser fatalista, pero si la política no es la salida, ¿cuál será? Tiemblo solamente de pensarlo y no aventuro una respuesta.
¿Podremos cambiar las cosas?
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