sábado, diciembre 10, 2011

¿Debe Calderón ser enjuiciado?

Hay una película llamada El Abogado del Diablo basada en la novela de Andrew Neiderman y adaptada por Johanthan Lemkin al cine.

Trata de un abogado que resulta ser uno de los muchos hijos e hijas que el Diablo ha procreado con simples mortales, y que a través de su despiadada carrera ha despuntado como el mejor descendiente masculino del Demonio para formarle una familia. Sí, una familia como solamente Lucifer podría desear: uniendo carnalmente al letrado con una de sus medias hermanas, igual de "exitosa" que él, para procrear un hijo. En las escenas finales, Belcebú, protagonizado magistralmente por Al Pacino en el papel de John Milton, declama un casi monólogo que le da valor a toda la película, que a falta de dichas líneas no pasaría de ser una buena producción de Hollywood. Dice Milton, refiriéndose al rol que desempeña en la batalla entre el Bien y el Mal:

... Yo no hago que las cosas sucedan. No funciona de esa manera. Libre albedrío - es como las alas de una mariposa - las tocas y nunca levantarán el vuelo. Solamente preparo el terreno. Ustedes hacen lo demás.

Libre albedrío, ciertamente. Nuestras decisiones, las miles que tomamos a lo largo de nuestras vidas, determinan el rumbo que tomamos. Tomar un buen día la decisión de sacar a las fuerzas armadas a las calles de México, cualesquiera que hayan sido el motivo y el objetivo perseguido, fue una elección de Felipe Calderón que nos ha llevado por una senda llena de acechanzas, incertidumbres, dolor, sangre y corrupción (en su sentido etimológico de romper, separar, quebrar).

Documentarse acerca de la realidad actual de México nos enfrenta a cientos, miles de historias desgarradoras: pueblos abandonados, secuestros, extorsiones, asesinatos, profanación de cadáveres, municipios sin policía, retenes ilegales, contubernio de criminales con funcionarios, policías y ministerios públicos. Dice una máxima que el poder no se toma, se arrebata. Hoy el crimen le ha arrebatado el poder al gobierno, desmantelado las instituciones del Estado, sojuzgado a la población, paralizado la actividad económica, copado a nuestros jóvenes, tomado el control de las fuerzas púbicas de seguridad, sustituido a los tribunales, y penetrando prácticamente todos los aspectos de la vida nacional.

Es cierto que lo que hoy cosechamos se sembró durante décadas, y que Felipe Calderón fue lo suficientemente ingenuo para destapar la Caja de Pandora sin la menor precaución, planeación o previsión. Al chilazo, como decimos popularmente. No podemos soslayar el contexto internacional en que nuestro país se desenvuelve, desde la enorme crisis financiera global hasta los siempre perversos intereses de los Estados Unidos, sin desdeñar los afanes neocolonialistas de España: la Hidra de Lerna, de mil cabezas de aliento venenoso.

Pero lo anterior, más que disculpas que son esgrimidas por el régimen de Calderón, debieron ser focos de atención a considerarse cuidadosamente antes de lanzarse a una guerra sin pies ni cabeza. Echar un cerrillo encendido a un pozo de gasolina para que las llamas la consuman, no es la manera más lógica de deshacerse de ella.

Intentemos por un momento olvidarnos de las miles de víctimas. Veamos la situación en términos totalmente materiales. Amplias regiones del país están bajo el absoluto control del crimen, principalmente del que tiene capacidad de organización. Mediante el fácil expediente de comprar lealtades so pena de pagar con la vida, los narcotraficantes han doblegado a gobernadores, jueces, alcaldes, policías y demás servidores públicos. Multitud de pueblos, municipios, rancherías, caseríos, caminos vecinales, carreteras y territorios carecen ya de autoridades civiles. General Terán en Nuevo León es un buen ejemplo: las fuerzas del orden han desaparecido por miedo, intimidación, asesinatos y cohecho. Hoy, General Terán no tiene policías. En otras regiones no hay Ayuntamientos constituidos: munícipes, regidores, síndicos, directores de área, y demás puestos están vacantes debido a las amenazas, muchas veces cumplidas, de los criminales. Otros relatos dan fe de los retenes ilegales en las carreteras del país, que son levantados cuando se les advierte que el ejército pasará por ahí, para reinstalarse una vez que la presencia militar desaparece. Los comerciantes deben pagar "protección", desde pocos miles hasta millones de pesos para conservar sus vidas y su patrimonio. Una vez pagada la extorsión, patrullas policiales custodian los negocios.

Otro vértice del problema lo constituyen los enormes ejércitos de que disponen los criminales, mucho más numerosos, mejor armados y con una base social mejor arraigada en la sociedad que las fuerzas castrenses que se les enfrentan. ¿De qué van a vivir millones de jóvenes con una educación deficiente, necesidades económicas urgentes y cero posibilidades de tener una vida productiva digna? Los jóvenes al servicio de los criminales refieren que es la única manera de ganar dinero. Con más de 53 millones de pobres, el abasto de soldados está garantizado.

En la total indefensión, la disyuntiva es clara para muchos: plata o plomo, o aceptan integrarse a actividades ilícitas o acabarán muertos. La desigualdad y la impunidad campean por todo el país. Las plazas públicas están vacías en un estado de excepción de facto aplicado por la temerosa población. La eclosión criminal ha provocado el colapso del Estado.

Los problemas mencionados líneas arriba no se resuelven con las armas, hay un trasfondo que debe ser atendido antes de empezar a echar tiros. Y solamente se abordaron unos pocos.

Hace pocos días Javier Sicilia le decía a Carmen Aristegui en su noticiario nocturno en CNN en Español que el país está balcanizado debido a que amplias franjas del territorio nacional están en poder de los criminales, y remataba diciendo que a él le constaba pues lo pudo ver durante el recorrido de las Caravanas por la Paz de las que fue notable integrante.

A modo de conclusión, aventuro una respuesta a la pregunta que titula estas líneas: Sí, Felipe Calderón debe ser enjuiciado por entregar el país al crimen organizado, por propiciar el colapso del Estado, por dejar desprotegidos a millones de mexicanos y por ser el principal responsable de la muerte de miles de compatriotas, criminales o no.

Lejos de rectificar, en sus infinitas soberbia y vanidad, Felipe Calderón porfía en la desastrosa fórmula, que lejos de arrojar resultados positivos ha postrado a la nación.

La vanidad es mi pecado favorito - John Milton