sábado, enero 23, 2010

Desempleo sin solución

No hay duda de que CalNerón pasará a la historia de este país en un lugar destacado, pero para nuestra desgracia y su desencanto, en la escala negativa.

Hoy el desempleo de México es 41% mayor a cuando el michoacano inició su gestión. Estoy seguro de que el INEGI se esfuerza en maquillar las cifras indicadoras de desempeño del actual titular del Ejecutivo, pero aún así el saldo no es pésimo, sino lo que le sigue.

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El espejo de Haití

De suyo, el tremendo efecto, devastador y desgarrador, del terremoto que sacudió hace unos días a Haití, es suficiente para ser solidario con millones de haitianos que perdieron familiares, amigos, posesiones y el precario modo de vida que llevaban.

Pero si lo anterior no fuera suficiente, hay que agregarle la increíble morosidad del gobierno, la criminal falta de planes de protección civil y el inverosímil silencio del presidente haitiano, roto solamente por unas pocas apariciones, una de las más recientes para justificar que tropas estadounidenses hayan tomado control de su país. Por lo tanto, hay sobradas razones para conmovernos y movernos para apoyar a Haití.

Podemos pensar que México está muy lejos de Haití, que geográficamente no lo estamos, pero esencialmente hay inquietantes paralelismos entre la descarnada realidad del gobierno haitiano y el de nuestro país.

El temblor de tierra que devastó a la nación caribeña fue de una magnitud considerable, pero la destrucción causada fue magnificada por una errónea confianza, y casi seguramente, una endémica corrupción. En estos dos temas surgen las primeras coincidencias con México. Las últimas cinco administraciones han pecado de un exceso de confianza. Partidariamente tres han correspondido al PRI (Miguel de la Madrid, Carlos Salinas y Ernesto Zedillo), y dos al PAN (Vicente Fox y Felipe Calderón), aunque ideológicamente es difícil diferenciarlos, y todos se han cimentado en la ilusión de nuestra riqueza petrolera. Quizá la excepción haya sido Salinas de Gortari, que amplió su visión al comercio irrestricto entre Canadá, Estados Unidos y México. También han confiado, ciega e irracionalmente, tanto en el resto de nuestros recursos naturales como en la supuesta panacea del libre comercio. Esto ocasionó que se descuidaran áreas de vital importancia, como la industria, la producción alimentaria y la creación de infraestructura. Del pujante México industrial de los años 50 y 60 se ha pasado a un país dependiente, prácticamente en todos los rubros, de las importaciones: combustibles, electrónica, alimentos, ropa y calzado, metales, etc.

También han confiado en la proverbial apatía política del mexicano, lo que ha provocado el regreso a un extraño sistema de castas, donde la oligarquía y los políticos ocupan la cima de la pirámide. Esto ha creado una enorme desigualdad acompañada de una indignante y descomunal impunidad, que ha su vez dieron origen a la corrupción endémica, que es el segundo punto de concordancia con Haití.

La enorme distancia entre el gobierno haitiano y su pueblo es otra inquietante coincidencia con nuestra realidad cotidiana. Tanto allá como acá el Estado ha perdido sus atribuciones de protección al ciudadano merced a una crisis de representatividad de los institutos políticos, el gobierno incluido. Baste mirar las imágenes de los saqueos, las noticias de que la gente quema cadáveres en las calles pues nadie los ha recogido, representando un grave riesgo de salud pública. Ya en 1985 acusamos los primeros síntomas de la descomposición del sistema político mexicano, cuando el gobierno fue extremadamente lento en su respuesta a la crisis desatada por el terremoto que asoló al Distrito Federal y a las costas michoacanas, siendo rebasado por la sociedad civil.

La lacerante pobreza del pueblo haitiano nos remite a las condiciones en que viven millones de mexicanos, a los que se han sumado en los últimos tres años otros tanto millones, por lo que hemos alcanzado cifras escandalosas: alrededor de 50% de la población no tienen las mínimas condiciones necesarias para subsistir, mientras que más del 80% califican en algún rubro de pobreza. Y ahora nos enteramos de que también tenemos un gobierno pobre, casi indigente, con lo que los poderes ejecutivo y legislativo han justificado el aumento de impuestos en épocas de grave recesión económica.

Ceguera e insensibilidad han rubricado a las mencionadas presidencias. Cinismo y negligencia; ignorancia e impreparación; complicidad y entreguismo; mendacidad y estulticia; displicencia e indolencia; falencias y falacias; triste compendio de las características de los reciente gobiernos mexicanos.

En las clasificaciones económicas, sociales y educativas internacionales, Haití y México se orbitan mututamente, por lo que no es descabellado advertir el riesgo de sufrir una catástrofe, una debacle en distintos rubros, similar a la que hoy aqueja a nuestro vecino en el Caribe. Veámonos en el espejo haitiano.

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viernes, enero 08, 2010

Herencia y legado

Tres jóvenes estudiantes fueron acribillados con ráfagas de AK-47 en Tijuana, BC. Todos tenían 16 años, todos fueron abatidos. De suyo, esta noticia conmueve y mueve a reflexión, pero preocupa más cuando es solamente una más de las muchas notas de asesinatos que atiborran los medios de información.

No hay espacio geográfico en el país libre de este flagelo: el norte, el sur, el bajío, el centro; asesinatos en Chihuahua, levantones en Guerrero, decapitados en el Estado de México, ejecuciones públicas en cafeterías del Distrito Federal, emboscadas en Michoacán, matanzas en Baja California ... La lista es interminable, tristemente.

Los que hoy somos adultos heredamos un país con múltiples vicios y problemas, pero lo que le estamos dejando a las generaciones que nos siguen es francamente lamentable. Básicamente les hemos escamoteado presente y futuro, les estamos robado la esperanza (recordemos a la ahora llamada Generación Ni-Ni, Ni estudian Ni trabajan), pues no pudimos hacer lo necesario para darles seguridad, salud, educación y trabajo, entre otras cosas.

La salida fácil es culpar al gobierno, que aunque es responsable en gran medida del caos que vivimos, no está solo. Tanto sociedad como todas las instituciones de gobierno hemos fallado en honrar el pasado, cuidar el presente y construir un futuro viable.

Hoy la ciudadanía no puede seguir rehuyendo su responsabilidad: hemos cerrado los ojos a la corrupción, la impunidad, y la desigualdad. El país ya no aguanta más, y más nos vale que nosotros, los ciudadanos, hayamos encontrado ya, ahora, nuestro límite.

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