miércoles, febrero 27, 2013

El festín - La caída de Gordillo

Tantos agravios recibimos a diario que ver caer a una poderosa miembro de la mafia que dirige al país es motivo de júbilo.

Indefendible como lo es, Elba Esther Gordillo usó y abusó del poder que el sistema mismo le dio a través del inefable Carlos Salinas de Gortari. Altiva, aunque disciplinada, le sirvió, y se sirvió de él. Luego vinieron tiempos convulsos cuando Salinas desmanteló la estructura que sustentó durante décadas a los gobiernos en turno. Le pegó al sindicalismo, a los empresarios, a las cúpulas, al corporativismo, y sin duda, al pueblo mexicano. No dejó títere con cabeza. Como decía la maravillosa Mafalda: el problema no es quebrar el sistema, es saber qué hacer con los pedazos. Y Salinas no lo supo en su totalidad.

De esta manera se gestaron el asesinato de Colosio, el levantamiento zapatista y el Error de Diciembre. Por si fuera poco, los afanes neoliberalistas del "grupo compacto" de Los Pinos agravió a muchos, incluidos los priístas de cepa y prosapia.

Todo lo anterior pavimentó el camino para el arribo al poder de un tecnócrata gris: Ernesto Zedillo Ponce de León. Ahí empezó la llamada "Pobresora" (por su ostentoso y ultrajante enriquecimiento ilícito) a saltarse las trancas. Jugó en diferentes equipos y para sus propios fines: apoyó según le convenía al propio Zedillo, luego manipuló impúdicamente al lenguaraz Vicente Fox así como a su fusco sucesor Felipe Calderón. Hizo y deshizo de haciendas propias y ajenas, se convirtió en una auténtica cacique de caricatura mientras amasaba un inmenso poder y una indecente fortuna.

En las elecciones del 2012 coqueteó con Tirios y Troyanos, veleidosa su pretendida lealtad. Extorsionó a cuantos pudo. Y ahora paga el precio. Se enfrentó, tal vez de dientes para afuera, con Enrique Peña Nieto. Amenazó, pataleó, aulló, maldijo. Nada le sirvió. O quizá por eso mismo escribió su epitafio, no el que ella quería en donde se le recordara como guerrera, sino como el que la retrata de cuerpo completo: una mafiosa, una gángster.

No hay nada de justicia en su aprehensión, sólo el uso faccioso de la justicia y el poder. No es una reconocimiento al Estado de Derecho, sino todo lo contrario. No obstante, los de a pie hemos festejado su caída, simplemente porque tanto cinismo de la lideresa lo justificaba. Difícilmente algo cambiará para bien, por el contrario, las arenas movedizas se han tragado a un oscuro ente que servirá de piso para el que venga, o la que venga.

Pero Peña Nieto obtendrá pingües dividendos de su proceder: ya las escalinatas de la Ex Hacienda de La Hormiga se han llenado de babas, de acuerdo a la Cuarta Ley de Newton: todo cuerpo que se arrastra tiende a subir. Los zalameros han iniciado las loas al novel presidente, calificándolo de valiente, de mano firme, de cruzado en contra de la corrupción sindical. Eso le dará cierto margen de maniobra para culminar los sueños neoliberales: privatizar PEMEX y el petróleo mexicano (a despecho de todos los eufemismos que esgrimen para intentar convencernos de que no será así), así como aumentar el IVA, además de aplicarlo a alimentos y medicinas, para tapar el hoyo fiscal que dejará la empresa petrolera mexicana al pasar a manos privadas.

En el fondo, más allá de la catarsis por el escarnio público de un personaje tan nefando, no hay nada que celebrar.