sábado, enero 28, 2017

El Nunca Más es ahora

De niño, veía incrédulo y sobrecogido las imágenes de los campos de concentración nazis en los libros que mis padres compraban para la biblioteca familiar. Luego, cuando ya podía entender lo que ahí se había escrito, leía con espanto los excesos cometidos por el régimen de Hitler y sus aliados en Italia y España. Creí que nunca más la humanidad correría los riesgos a los que nos expuso el nacionalsocialismo del partido nazi. Mi vida siguió como la de la mayoría de la gente, y acabé por casarme y tener hijas. Ellas, siendo pre-adolescentes, se interesaron en el tema del Holocausto, con la curiosidad propia de la edad, por lo que fue un tema recurrente en las charlas familiares, a pesar de que no somos judíos. En años recientes, una de ellas quiso saber más a profundidad lo que había ocurrido: ¿por qué, quiénes, cómo? Visitamos varios museos en la Ciudad de México para poder responder a esas preguntas de manera cabal, entre ellos, el Museo del Holocausto y el Museo Memoria y Tolerancia. Lo que descubrimos y aprendimos se incorporó a la mesa familiar, a nuestras conversaciones, buscando entender la sin razón de los abominables actos cometidos en nombre de una supuesta superioridad de raza, de la codicia, del destino manifiesto de una nación. En lo personal, consideraba que la información para las nuevas generaciones impedirían que el horror volviera a instalarse en el ánimo colectivo, en las relaciones internacionales; que el odio y la ignorancia se hicieran del poder para repetir un capítulo muy oscuro de la Humanidad. Parece que no fue suficiente. Hoy, el fascismo resurge en la nación más bélica y militarmente más poderosa del mundo. Los Estados Unidos tienen un nuevo Hitler (a pesar de mi resistencia, durante mucho tiempo, a esa comparación, los acontecimientos recientes acabaron por convencerme de lo acertado del símil), quien se ha dedicado a humillar y ofender prácticamente a todo grupo humano en el planeta: indios norteamericanos, mexicanos, hispano-americanos, musulmanes, mujeres, alemanes, afro-americanos, veteranos de guerra, discapacitados, liberales, conservadores, neoliberales, europeos, científicos, ambientalistas, defensores de derechos humanos, sindicatos, comunidades de diversidad sexual, inmigrantes, semitas, medio-orientales, asiáticos (especialmente a los chinos), y un largo etcétera. Ahora, apunta sus baterías a los propios ciudadanos estadounidenses (así como a los residentes legales), prohibiendo, mediante un decreto, la entrada a los refugiados y originarios de siete naciones que considera enemigas: Irán, Irak, Libia, Somalia, Sudán, Siria, y Yemen. Curiosamente, en ninguno de esos países tiene inversiones Donald Trump, mientras que Arabia Saudita (de donde provinieron muchos de los atacantes a las Torres Gemelas de Nueva York), no fue afectado por el decreto. Resulta también extraño que justamente en ese país, Trump tiene inversiones millonarias. Este decreto en contra de los inmigrantes se inscribe en el marco de una embatida a los periodistas, a los planes de salud, a las relaciones bilaterales con México, al tratado comercial entre EEUU, Canadá y México, a los derechos reproductivos de las mujeres, a la cultura y la ciencia, así como a los derechos fundamentales de otras minorías. Ni una palabra suya han merecido los supremacistas blancos que le apoyan, como tampoco los racistas ni lo neo-nazis. Estamos a la vera de una nueva era de oscuridad, de fascismo al que la mayoría de la población de este planeta se opuso para nunca más sufrir sus efectos demenciales. Por desgracia, el Nunca Más ha regresado, está aquí. Y toca a nuestras puertas. Me niego a tener que explicar un nuevo Holocausto, una nueva Guerra Mundial a las generaciones de este milenio. Resistir, indignarse, denunciar, participar. Eso hay que hacer.