En el trienio previo a la Guerra de Independencia en México, se dio una crisis de grandes proporciones relacionada con el maíz, lo que llenó de indignación y beligerancia al pueblo de la Nueva España.
Un siglo después, tres años antes del estallido de la Revolución Mexicana, nuevamente el maíz saltó a la palestra abonando el terreno del descontento popular.
Hoy, a cien años de esa gesta revolucionaria, nuevamente el maíz, acompañado por la tortilla, ha generado un conflicto que apenas comienza. ¿Acabará de la misma forma, con un estallido social?
Mucho he oído hablar en los últimos tiempos de esta extraña coincidencia: en el séptimo año de un incipiente siglo (1807 y 1907) se empezaron a gestar las guerras que culminaron con grandes cambios en el país. En el décimo año del siglo correspondiente, estallaron las hostilidades (1810 y 1910).
No me atrevo a vaticinar que el ciclo ha comenzado para plegarnos a la extraña numeralia que nos ha marcado como Nación los dos siglos anteriores, pero las condiciones se están empezando a dar, cuidadosamente cultivadas por los gobiernos neoliberales, similares a las de aquellos entonces.
Pobreza, descontento, sordera de los gobernantes, empecinamiento de las clases privilegiadas en enriquecerse a costa de la miseria de miles, los canales políticos clausurados, el conculcamiento de los derechos democráticos de la población, la creciente presencia militar en la vida civil del país, un gobernante fuertemente cuestionado, una polarización de la sociedad en términos políticos y económicos, un divorcio total de los ciudadanos y sus supuestos representantes, el cinismo como política de estado, la represión como respuesta a los reclamos de diversos grupos sociales, los ataques a la libertad de expresión, y, en suma, la imposibilidad de llevar por cauces pacíficos la conciliación de los intereses de toda la sociedad.
Juan O'Donojú y Porfirio Díaz fueron los más grandes revolucionarios de nuestro país, pues con su reiterada negativa a escuchar el crecimiento del descontento lograron el nacimiento de los dos grandes eventos libertarios del país: la Independencia y la Revolución. La negación de la realidad llevó a límites no soportables la tensión social y acabó rompiéndose por lo más delgado: el poder espurio.
En 2007, doscientos y cien años respectivamente de aquellos episodios paralelos de conflictos relacionados con el maíz, Calderón y su gabinete vuelven a mostrar los mismo vicios de sus pares de aquellas épocas.
El que no conoce la historia está condenando a repetirla. Es algo que he reiterado incansablemente en este y otros lugares.
Desde 1982, Miguel de la Madrid inauguró un modelo económico que han defendido a ultranza, y socavando las bases sociales de sus propios gobiernos, el ya citado de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo Ponce de León, Vicente Fox Quesada, y ahora yendo por el mismo camino, Felipe Calderón Hinojosa. Cada uno de ellos ha hecho sus grandes aportaciones para aumentar la presión social en la caldera llamada México en aras de un modelo que solamente nos ha perjudicado. Sin los dejos megalomaniacos ni los delirios ensorbecidos que le caracterizaron, José López Portillo tuvo razón al decir: Fui el último presidente revolucionario. Habrá que juzgar su responsabilidad en ese hecho, pues seguramente conocía los planes de su sucesor.
Calderón aún está a tiempo de rectificar, pero dudo mucho que quiera, y pueda, hacerlo. No obstante, es menester hacerle un llamado para que gobierne a favor de México y que no se recicle a sí mismo en los sótanos de la Historia.
No creo en el Destino como un fin inexorable del que no podemos sacudirnos, pero sí hay que reconocer que las condiciones generales actuales se prefiguran para ser el caldo de cultivo para que este ciclo trágico continúe. En nuestras manos está que no sea así.
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