No cabe duda que mis notas de los días recientes han sido furibundas. No pude evitarlo. Detrás de esa explosión visceral se encuentran muchas razones, demasiadas para consignarlas todas, por lo que haré un breve recuento.
La primera de ellas es que en estos días he tenido mucho trabajo, y la naturaleza del mismo hace coincidir dos necesidades. La necesidad de mi cliente, quien tras más de dos décadas de trabajo ve con preocupación el futuro de su empresa, y mi labor como asesor que busca darle una opción viable para mejorar sus opciones futuras. Esto me ha enfrentado a diversas situaciones, pero una de ellas es particularmente indignante: la falta de apoyo crediticio, de casi todas las instancias imagiables, para mantener abiertas las actuales fuentes de empleo, generar más y consolidar la situación financiera, comercial y social de la empresa. En pocas palabras, nadie presta dinero para un proyecto productivo.
Esta situación pone una fuerte presión sobre mi, pues las posibles acciones se reducen por la falta de capital. La fórmula de financiamiento para el crecimiento de la empresa de mi cliente es la que muchas otras han tenido que elegir: crédito con proveedores y recursos personales del propietario que ponen en riesgo su patrimonio familiar. Hablo de una microempresa, que si todo sale bien, será el legado de mi cliente para sus hijos.
Volver molido a casa después de largas jornadas de trabajo y encontrar que los responsables de la conducción del país destejen lo que uno modestamente ha tejido, da rabia. Años de trabajo y esfuerzo para poderle ofrecer mejores condiciones de vida a mi familia; para entregarle a mis hijas un mejor país; para poder tener una vejez digna (estoy lejos, pero me acerco a ella cada día que pasa); etc.
Millones de personas en México han luchado honestamente durante las últimas casi cuatro décadas para conseguir los mismos objetivos que yo persigo, y cada vez que damos un paso adelante, algo nos devuelve, en el mejor de los casos, un par de pasos hacia atrás.
Cotidianamente atestiguo lleno de tristeza las historias de compatriotas que han decidido jugarse la vida para irse a ganar algo de dinero en los EU como indocumentados, pues México no les ofrece las condiciones necesarias para ganarlo aquí.
Asistir al lento pero continuo deterioro del nivel educativo, que no augura nada bueno, no solo me preocupa por razones humanitarias, suficientes por sí mismas, sino que degrada la calidad del trabajador mexicano, lo que es un riesgo para las empresas que operan en el país.
Ver como la corrupción y el cinismo se encumbran en nuestros gobernantes y representantes me causa pesar y desazón.
La inseguridad, la renuncia a los mejores valores republicanos, el empobrecimiento de la Nación,la desaparición de los valores éticos, cívicos y morales, ... En fin, tantos factores que van colocando a nuestro México en una posición cada día más precaria, considero que no deben tomarse a la ligera.
Para evitarles más rollo, déjenme ser egoísta. No es el mundo ni el país donde deseo que la sangre de mi sangre viva.
¿Qué puedo hacer? ¿Qué puede un ciudadano común y corriente, quizá más lo segundo que lo primero, por su país?
Trabajar y alzar la voz, educar y aprender, ser mejor cada día y resistirse a la ignominia, el cinismo, la corrupción, la negligencia, y todo lo que hoy es uso y costumbre en la vida nacional y que nos daña a todos. Esto es lo que mis convicciones me dictan que haga, lo que mis valores me exigen que lleve a cabo, lo que mi conciencia me demanda.
Hay días en que la impotencia de no poder hacer más me rebasa, y pierdo la calma y la mesura. Por esos días, pasados y por venir, ofrezco disculpas a los que amablemente se toman la molestia de visitar este espacio.
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