jueves, junio 08, 2006

¿Debate, farsa o espectáculo?

Lo siento mis queridos visitantes y lectores. Hay cosas que me enfurecen y no puedo ocultarlo. Agradezco su paciencia y comprensión a esta condición humana, más corriente que común.

Hoy pasado el mediodía escuchaba a López Dóriga en su noticiario radial, donde tuvo una especie de mesa redonda donde participaba, si no mal recuerdo, Roy Campos. Me encontraba ocupado y sólo podía escuchar retazos de la conversación, pero pude oír con claridad la declaración de Campos, si era él, que decía que el debate había sido aburrido en su primera parte, pero en cuanto empezó a correr la sangre se puso bueno, refiriéndose a los ataques que empezó a dirigir Calderón en contra de su némesis: López Obrador.

Hoy en la noche, mientras mi esposa y yo platicábamos, inició el programa Tercer Grado. En éste participó Carlos Marín, director general de Milenio Diario. Cuando empezé a oir que decía las misma memeces, no me pude contener y le empezé a gritar a la tele (no estoy loco, se los aseguro). Mi esposa, que ya conoce mis arranques, me dijo sabiamente: no te oyen marido.

Eso me decidió a escribir este tema. Si los analistas políticos, o periodistas, o encuestadores, o lo que estas dos personas sean, se regocijaron con el triste espectáculo de los candidatos, principalmente el del PAN y el PRD, atizándose con todo para intentar desprestigiarse, ¿realmente reflejan el pensar del común de la gente?

Pienso que no. Muchos vemos los debates, con su formato rígido y acotado, como una herramienta para conocer mejor el pensamiento, la personalidad y el temperamento de quienes aspiran a gobernarnos. Creo que estos prominentes personajes se equivocan de cabo a rabo, pues exaltar el morbo y el amarillismo no contribuye en nada al razonamiento del voto, cualidad que necesitamos más que nunca, ante la pobreza de las opciones electorales, el agotamiento de los partidos políticos, el desprestigio de los poderes de la Nación y la anécdota intrascendente como forma de gobierno. Graves problemas aquejan al país, como para fomentar la banalidad, la frivolidad y la ligereza de opiniones.

No estoy reñido con el humor, con la ironía, con la irreverencia. Pero estos señores no recurrieron a estos recursos, formas válidas de crítica y reflexión, sino a la trivialización de uno de los momentos históricos por excelencia de la vida de cualquier país: las elecciones presidenciales. Este momento es especialmente importante en el nuestro, pues se trata de elegir entre tres opciones, casi personales al no existir un proyecto de nación, que en algunos casos se yuxtaponen y en otros son diametralmente opuestas. En mi humilde opinión, se trata de elegir el mal menor, que definirá el rumbo de México durante los próximos seis años, en el mejor de los casos.

Tanto Campos como Marín faltaron a su responsabilidad cívica, profesional y social, pues son figuras públicas hablando en un medio masivo de comunicación.

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