domingo, junio 11, 2006

2 días con sus noches caminando en el desierto

Hoy tuve la oportunidad de platicar con una persona que pasó dos años de su vida como indocumentado en Arizona.

Fue una conversación muy interesante, por lo que le agradezco a quien llamaré Alonso, para proteger su identidad, que me permitiera conocer sus experiencias.

Hace un poco más de tres años tomó camino rumbo a Sonora, siendo originario de un estado del centro del país. Iba a reunirse con un primo que vivía en Phoenix. Le acompañaban varias personas más originarias de su misma ciudad, y en el camino se les fueron incorporando algunas personas más de diversas regiones del país.

Llegó a la frontera de Sonora con los EU. Ahí ya los esperaba su primer contacto en una larga cadena que los adentraría en el vecino país. La mecánica es que se reunen en una casa, les dan una hora de salida, y la expedición parte. El cruce es muy sencillo, ni garitas, ni retenes, la única barrera es natural: el desierto. Lugar de temperaturas extremas, con un intenso frío por la madrugada y un calor sofocante por las tardes, cualquiera puede adentrarse por ahí en los Estados Unidos. El problema es llegar a la primer ciudad.

El grupo estaba conformado por 20 migrantes, un pollero y un guía. El guía siempre avanzaba unos 20 metros delante de ellos. Si veía algún peligro, regresaba de inmediato y los detenía o los escondía. El trayecto de la frontera a Tempe, la primera ciudad que tocarían, se hace en dos días de caminata ininterrumpida. Durante el día se avanza poco, debido al constante riesgo de toparse con la Patrulla Fronteriza, por lo que es en la noche cuando recorren las mayores distancias. No duermen, mal comen y sufren las inclemencias del tiempo.

Es responsabilidad de cada migrante llevar, o comprar en el camino si le es posible, los pertrechos necesarios para el viaje: comida enlatada, pan de caja, y agua, mucha agua. Alonso llevaba dos bidones de agua de un galón, uno en la mochila y otro en la mano, además de comida y ropa.

De ese grupo, sólo Alonso iba a Arizona, mientras que otros aún tenían un muy largo camino que recorrer, pues sus destinos iban desde Nueva Yorka hasta Los Angeles. Por lo menos en una ocasión se encontraron con lo que quedaba de otro grupo similar que sí tuvo la mala fortuna de ser detectado por la migra. Eran seis individuos escondidos entre la escasa vegetación del desierto, tratando de burlar a las autoridades estadounidenses. Como testimonio de "la corretiza" que les pusieron, Alonso y su grupo encontraron prendas de vestir, zapatos, mochilas, bidones de agua y otros objetos esparcidos por la arena del desierto. Le pidieron al guía que los llevara con ellos, pero éste se negó pues mientras más grande el grupo, mayores las posibilidades de que fueran sorprendidos y deportados.

Los dejaron en el desierto a enfrentar su suerte.

Al llegar a la primera ciudad pequeña, hubo relevo en la dirección y la conducción del grupo. El punto de llegada fue otra casa. Ahí, se empezaron a integrar nuevos grupos, dependiendo del destino final de cada uno de ellos. Alonso partió sin poder despedirse de otro de sus primos que iba en el grupo original. Dada la cercanía de su destino, pudo llegar sin mayores contratiempos, en donde su primo que residía allá desde dos años atrás, lo recibió.

Alonso corrió con mucha suerte, pues no perdieron a nadie, el pollero que los llevó era de los que cobraban hasta entregarlos a sus familiares, y no tuvieron contacto con la migra. Otros no fueron tan afortunados. Conoció, y me hizo favor de contarme, historias de personas que llevaban meses intentando pasar, y habían fracasado dos, tres, y hasta cinco veces. Seguían intentándolo porque el pollero no cobra hasta pasarlos. Pero hay quienes se dedican a pasar migrantes cobrando por adelantado, y muchas veces los abandonan. Alonso pagó $800 dólares por "el servicio".

También me platicó del caso de un menor de edad, al que atraparon intentando pasar, lo deportaron y lo mandaron al DIF de Nogales. Estuvo dos días en resguardo, hasta que su familia lo rescató y logró pasarlo a los EU. Supo de historias de mujeres solas, o con niños, que se arriesgaban a la misma aventura al igual que él, comentando que eran doblemente afortunadas si llegaba sin ser violadas a su destino.

Alonso estuvo dos años allá, en diversos trabajos relacionados con la cocina en restaurantes. Ganaba $8.50 USD la hora, y lograba ahorrar un mínimo de $500 USD al mes, para enviarlos a su familia en México. Como vivía en un apartamento con otras cinco persona más, se prorrateaban los gastos de luz, teléfono, gas, y hasta televisión por cable. Me contó que en Phoenix, la última ciudad en que vivió y trabajó, hay una calle habitada exclusivamente por habitantes de la misma ciudad de donde él provenía. Esto le hacía sentirse como en casa.

No tuvo problemas para conseguir papeles falsificados: una green card por $80 dólares, un número de seguridad social por $40 dólares, la "aseguranza" (el seguro) para el auto que compró allá, y diversos documentos falsos que le eran requeridos para darle trabajo. Varios de ellos me los mostró, y en verdad parecían auténticos.

Mientras volaba de regreso a México, hace unos meses, Alonso pensaba: "Tanto trabajo que me costó entrar y ahora es tan fácil salir".

Alonso es casado, y dejó de ver a su esposa e hijos durante dos años. El más pequeño de ellos no se acordaba de él. Se fue harto de vivir en la miseria en México, y regresó porque sus raíces lo llamaban.

Esta es la realidad que viven millones de compatriotas en el México de hoy.

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