martes, junio 06, 2006

2do. debate candidatos presidenciales

Antes que nada, repudio públicamente el atentado en contra de la familia de Carlos Ahumada. No es la forma en que queremos resolver los problemas en México. Las autoridades deben hacer una investigación completa de este hecho e informar con veracidad y oportunidad a la opinión pública, así com ocastigar a los responsables

Este atentado arroja una gran sombra de duda sobre el proceso electoral.

¡No a la violencia! ¡Basta a la barbarie!

Ahora sí, entrando en materia. Los medio electrónicos se han lanzado a cubrir profusamente el debate, por lo que no repetiré lo que están diciendo. Lamento que Televisa haya ignorado ostensiblemente a Patricia Mercado y Roberto Campa en el noticiario de López Dóriga, por lo menos hasta el momento en que inicié la escritura de esta nota. Quitan más de lo que aportan con estas visiones sectarias. TV Azteca fue un poco más equilibrado, aunque le escamoteó espacio a Patricia Mercado.

Se tocaron los siguientes temas.
1. Seguridad Pública y Combate a la Corrupción.
2. Gobernabilidad.
3. Política Exterior y Migración.
4. Federalismo. Fortalecimiento Municipal y Desarrollo Regional.
5. Reforma del Estado.

En general no hubo sorpresas. Cada candidato fue congruente con lo que ha hecho y dicho hasta ahora. Se prescindió mayormente de los ataques, y hasta hubo consenso en varias propuestas, la más importante: respetar los resultados electorales.

Abordo a los candidatos en el mismo orden que iniciaron sus intervenciones, de acuerdo al sorteo previo.

Patricia Mercado mostró más entusiasmo y nerviosismo que cualquier otro. Se equivocaba constantemente y se le notaba insegura en ocasiones. Se mantuvo en su línea de "los partidos de siempre"; apeló al electorado femenino así como a los jóvenes; delineó su deseo de representar a las minorías étnicas y de diversidad sexual, entre otras; insistió en su filiación de izquierda; exaltó a la familia, a la prevención y a la mayor participación de la sociedad civil.

Su mensaje inicial fue certero, al decir que los que apuestan al todo o nada en la actual contienda se equivocan. Hay muchos matices en el medio, y la pluralidad política garantiza la vida republicana. Algo digno de resaltar fue que cuando se abordaba el tema de Gobernabilidad, aclaró que ésta debe ser democrática, pues en los estados totalitarios puede haber gobernabilidad pero sin democracia. También acertó al decir que gobernar no solo implica pluralidad política, también social. Dijo que es necesario combatir la indiferencia de los ciudadanos respecto a la política.

En el tema del federalismo nuevamente sacó a la luz un problema grave: la descentralización ha transferido la responsabilidad a los estados sin acompañarla de recursos. Esto ha dañado seriamente a la federación, y ha enturbiado el ejercicio de los dineros públicos. Nadie sabe qué se hace con ellos ni en qué se gastan. Esto ha fomentado los cacicazgos locales, tanto estatales como municipales. En el tema de desarrollo regional, propuso impulsar regiones industrializadas exportadoras que generen cadenas productivas. Fue clara al decir que "hemos crecido mediocremente". Mencionó un concepto interesante, no desarrollado por ella, el de la "matria", como complemento a la patria, refiriéndose a las regiones que deben proveer trabajo y crecimiento a sus pobladores. Su intervención la remató con dos conceptos básicos: votar por los "de siempre" o cambiar; y que pertenece a una izquierda de valores.

En resumen, se mostró mesurada e inteligente, sagaz y enfocada a sus nichos tradicionales: mujeres, jóvenes y minorías.

Roberto Campa no pudo ocultar quién está detrás de él. Gran parte de su discurso lo basó en la educación, y llegó a delinear tenuemente mayores privilegios y recursos para el magisterio. Su estilo de maestro tratando de explicar las cosas, unas veces a los educandos, otras a los padres de los anteriores, no abonó nada en su favor. Su gran acierto fue proponer el pacto de reconocimiento de los resultados electorales, ganándole la mano a todos, que después se sumaron a él. En un ejercicio de crítica incompleto, porque no llegó a la autocrítica, fustigó el gobierno de los últimos 50 años del siglo XX.

Intentó impartir cátedra hablando insistentemente de los cambios vertiginosos que se producen en el mundo, y la forma en que México se está quedando atrás. Uno de esos cambios es el de los bloques económicos regionales, y propuso que México se integre mejor a ellos y saque provecho. Fue el único que habló explícitamente de crear empleos de tecnología.

Cual vendedor ambulante fuera de una estación del metro, remató con la invitación a que de las tres boletas que recibiremos el dos de julio, marquemos una a favor de su partido. Se vio menos académico y pomadoso que en el debate anterior, pero no logró superar sus limitaciones.

Roberto Madrazo volvió a mostrar sus tablas, pero también la cola de dinosaurio. Probablemente fue el más político de todos, en el sentido de hacer política. Su tesis central fue atacar al gobierno foxista, pretendiendo por extensión, golpear a Calderón. Abrió tocando una de las fibras más sensibles en este momento del gobierno panista: la migración de 3 millones de mexicanos en cinco años.

Fiel a su estirpe priísta, propuso programas, con nombre y todo, para atender diversos problemas de la nación. Buena retórica pero poca sustancia. Algunos ejemplos: Instituto de Inteligencia Policial, mayores atribuciones de fiscalización a la Auditoria Superior de la Federación (ASF), proponer la firma de un acuerdo de civilidad al término del debate, Federalismo Hacendario, Pacto Distributivo, Federalismo sin políticas centralizadas, etc.

Defendió los logros de 73 años del PRI, pero dijo que el modelo está agotado. Una y otra vez golpeó a Fox, y le dio sus raspones a Calderón. En general, permaneció al margen del pleito de lavadero de Calderón y López Obrador, el que abordaré más adelante. Donde se le vio más cómodo fue cuando habló de los grandes retrocesos en materia de política exterior, que en honor a la verdad, fue uno de los logros más importantes del gobierno del PRI, condensado en la Doctrina Estrada: el principio de la no intervención en la vida de otros países. Sin mencionarla por su nombre, propuso retomarla, y no tuvo momento de reposo para arremeter nuevamente contra Vicente Fox. Habló de inexperiencia e ignorancia del actual mandatario y su partido. Hacia el final del debate, machacó con que no se debe atacar más al pasado, como si suplicara al electorado que perdonará al PRI y le diera oportunidad de volver a Los Pinos.

En la larga sarta de conceptos manidos, refulgió un diamante: reducir el tamaño del congreso para que nos cueste menos a los mexicanos. Creo que es tiempo de racionalizar la representación directa y la proporcional, pues los tiempos que le dieron vida a este esquema, con un Congreso obeso, han sido superados. Le pongo palomita a Madrazo en este tema y en el de política exterior.

Su cierre fue de lo sublime a lo ridículo. Simplemente preguntó ¿Te ha ido mejor con este gobierno (el de Fox)? Pero el brillo obtenido con esto, empezó a ser opacado al ignorar completamente las propuestas de Mercado y Campa, pues dijo que hay tres opciones: más de lo mismo (Calderón), la izquierda recalcitrante (López Obrador), y la propia. Que las de sus adversarios eran “un riesgo para el país”. Hasta aquí iba bien, pero su última frase, que fue “Conmigo te va a ir muy bien”, la acompañó de ¡un cartelito que decía eso! ¡Tremendo anticlímax!

Felipe Calderón tampoco pudo ocultar sus orígenes. Casi en cada intervención, recurría a una lista numerada de acciones, razones o propuestas, en muchas ocasiones cinco, para ser preciso. Demostró que es un chico, porque así lo sentí, ordenado y metódico. Inevitablemente, esa enumeración lo demostró más como un técnico que como político.

Tampoco ocultó sus miedos, abrió con unas pocas frases intrascendentes para inmediatamente golpear a López Obrador, hablando de los que promueven el odio y la división. Prosiguió en su obertura asociando todas las soluciones al cumplimiento de la ley: combate a la corrupción, empleo, etc. Acabó hablando de la “fuerza de los pacíficos”. Trató de conectarse con el auditorio hablando en primera persona: seré, haré, gobernaré, propondré, yo sí te voy a escuchar, etc., y dirigiéndose de tú a los oyentes.

Resbaló al tocar el tema de la Seguridad Pública, pues dijo: “voy a hacer reformas, a proponer reformas” en el congreso. Le salió la vena del autoritarismo presidencial, pues recordó a destiempo que el Presidente no promulga leyes, sólo las propone al Congreso.

No pudo evitar responder puntualmente a los ataques, tanto los esporádicos de Madrazo, como a los frecuentes de López Obrador. Y cometió un error garrafal: cuando todos los candidatos hablaban de acuerdos, de respetar los resultados del 2 de julio, cuando Madrazo y López Obrador acababan de decir que celebraban la civilidad mostrada hasta entonces, y que no se habían enlodado, cuando aún esas voces resonaba en el estudio, Calderón se lanzó a atacar a su más temido y odiado rival: López Obrador.

Y no solamente rompió el pacto tácito de civilidad vigente hasta ese momento, salvado el ataque inicial y algunas alusiones ligeras y ocasionales, sino que lo hizo con los mismos argumentos, las mismas verdades a medias, las mismas mentiras completas. Apostó a lo que ha apostado el PAN y Fox: meter miedo a la gente. Mal, muy mal por Calderón.

Trasladó toda la responsabilidad del combate a la pobreza a la inversión privada, y en especial, a Canadá y Estados Unidos, para que inviertan donde hay más pobreza en México. Está renunciando, desde hoy, a su responsabilidad social si llegara a ser electo presidente de México. Habló de facilitar la migración, de conseguir un acuerdo migratorio que regularice a los indocumentados, de facilitar el envío de remesas sin pago de comisión mediante una tarjeta especial, que el empleo se genere con inversión privada. En fin, una prolongación del discurso de Fox.

Retomó el tema del Canal Transitsmíco que tanta polémica ha levantado. Dijo que lo promoverá. Coincidió en la reducción del financiamiento a los partidos políticos y a reducir el tamaño del Congreso, que me parece muy necesario. En sus últimas intervenciones replicó fuerte a cuestionamientos de López Obrador: el FOBAPROA-IPAB y los negocios de un cuñado suyo cuando era Secretario de Energía, diciendo que el tabasqueño mentía. Y así cerró su intervención: AMLO miente, su proyecto es un peligro para México.

Anunció una desmesura, pues la medida punitiva que propone no la contempla nuestra Constitución y ha sido rechazada siempre: la cadena perpetua, en este caso aplicada a los secuestradores.

En suma, quiso convencernos de que sí puede ser presidente de mano firme, honrado, directo y atento a los reclamos de la ciudadanía. Pero empezó mal, rompió el ambiente de civilidad del debate y acabó peor.

Por último, Andrés Manuel López Obrador resultó aburrido por momentos, recurriendo a clichés que son de reciente factura pero suenan viejos y desgastados debido a la reiteración: soy juarista, me atacan, me apoya el pueblo, no han podido conmigo, los privilegios de “los de arriba”. No es que repita los conceptos, sino que los reitera con las mismas palabras, como un guión muy bien aprendido, sin variantes, sin matices.

Inició hablando de dos proyectos opuestos: más de lo mismo con Calderón y el propio de cambiar el modelo económico que no ha funcionado. Convocó al electorado a hacer historia. Expuso nuevamente su tesis de redistribuir la riqueza, a través de la atención inicial a los pobres para el beneficio de todos. Privilegió el diálogo al uso de la fuerza desmedida.

Expuso que hará pactos con toda la sociedad, iglesias, empresarios, sociedad civil, etc. También celebró la “urbanidad política” imperante en el debate, justo antes de que Calderón rompiera la tregua. También propuso, sin nombrarla, regresar a la Doctrina Estrada en materia de política exterior, que volveríamos a ser mesurados y no protagónicos, que no sería pelele de ningún gobierno extranjero. Denostó las causas de la migración y prometió el crecimiento de México y la creación de empleos, detallando los pilares de esa política, donde sobresalen créditos al campo, modernización del sector energético sin privatizar electricidad y petróleo, y construcción de infraestructura. Lo más sobresaliente fue el anuncio de que construirá tres refinerías en el país.

Más adelante fustigó al PAN, a su abanderado en esta contienda, pero sobre todo a los que “están detrás” de ellos. No quiso irse sin ponerse a la par de los candidatos principales, cometiendo un error monumental en su última intervención: anunció que entregará un expediente con los negocios supuestamente ilícitos, o al menos faltos de ética, del cuñado de Calderón. Totalmente innecesario. Invitó a los mexicanos a sonreír, pues “ganaremos” el 2 de julio y manifestó que “la alegría está por llegar”.

Prácticamente todos coincidieron en otorgarle mayores facultades al ejército para combatir ya sea al narcotráfico o a la delincuencia organizada. Igualmente hubo consenso en mantener relaciones dignas y respetuosas con los Estados Unidos.

Campa y Mercado fueron prudentes e inteligentes: se mantuvieron al margen de los pleitos. Madrazo asumió una estrategia efectiva: atacar a Fox para llegar a Calderón, salvo algunos puyazos inofensivos directos al candidato del PAN. Tanto López Obrador como Calderón, se enfrascaron en un duelo personal desgastante y sin lograr llevar agua a su molino. Todos manifestaron que buscarán consensos con la sociedad y con el Congreso. Nadie habló de reformas o relaciones con el Poder Judicial. Nadie mencionó la profesionalización de la policía, quedándose en el ofrecimiento de pagar mejores salarios. Reiteradamente propusieron una creciente participación de la población en distintos aspectos.

Sin duda, la mayor frescura de conceptos provino de Patricia Mercado. Campa anotó el mejor tanto del debate: convocar a los candidatos a respectar los resultados de los comicios. Madrazo seguramente subirá en las encuestas, pero no alcanzará a recuperarse lo suficiente. Calderón persistió en su modelo de intentar crecer atacando a su principal oponente. López Obrador se mostró poco imaginativo por momentos.

En realidad, la contienda está muy pareja, por lo menos entre los tres principales competidores. Lo mejor de todo es que los programas están mucho más claros: Roberto Campa y Patricia Mercado van por el registro de sus partidos.

Roberto Madrazo muestra resabios de los políticos de viejo cuño, pero sus limitaciones son evidentes. Su proyecto de nación es conservar esencialmente lo que hoy existe con algunos cambios estructurales, una suerte de gatopardismo: cambiar para que nada cambie.

Felipe Calderón ofrece continuidad a las políticas actuales. No lo esconde, no lo disfraza. Inquieta su obsesión con la inversión extranjera. Es de agradecerse su claridad al respecto.

Andrés Manuel López Obrador fundamenta su propuesta en la mejor distribución de la riqueza, con sombras casi absolutas en algunos temas (como la incorporación de candidatos muy cuestionados a diversos puestos, el populismo de algunas medidas, manejo del viejo discurso de los de arriba y los de abajo), y luces esplendorosas en otros (construcción de infraestructura y de refinerías, combate a la desigualdad, austeridad republicana).

Cada candidato en lo particular podría gobernar México. Lo que los lastra o catapulta son sus entornos, su pasado, sus amarres, y sus capacidades.

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