Mis ideas religiosas tal vez no sean de relevancia para nadie, pero el articulo de esta semana de Pedro Miguel acerca de los modos y maneras de la Iglesia católica durante la Pornocracia (Siglo X de nuestra era y significa El Gobierno de las Prositutas, ya verán porqué) me dejó profunda huella.
Mi formación fue como la de millones de mis contemporáneos: en el seno de una familia de clase media, católica, apostólica y romana. Fui bautizado, confirmado, hice la Primera Comunión y me casé por la Iglesia.
Durante años asistí a misa todos los domingos, más por ver a las párvulas de mi edad (o sus hermanas ya mayores y de mejor ver) que por fervor religioso. Los sermones de los sacerdotes ya entonces me parecían huecos, falsos y faltos de sentido. Empecé a dudar de la Santa Madre Iglesia como representante universal de Dios en los terrenos terráqueos, así como a fomentar la sana distancia entre quienes predicaban que ser probre es decisión divina, que debemos aceptar a los hijos que vengan, que debemos vivir en eterna deuda con el Creador, pues somos tal desmadre que siempre estamos haciendo algo malo, y similares espeluznancias.
Nota que nada tiene que ver mis confesiones místicas: Espeluznancias no existe en el diccionario en línea de la RAE (Real Academia Española). Espeluznante lo define como "Que espeluzna". Busco "espeluzna" y no existe. Por lo tanto, y tomando la libre de García Márquez, asumo la creación de la palabra espeluznancia, mientras nadie me demuestre plagio, error u omisión.
Siguiendo con mis devenires ideológicos, hace años decidí divorciarme de la Iglesia Católica aunque ésta no me concediera la anulación. Por hueva no busqué otras relilgiones y me declaré librepensador, lo que sea que eso signifique. Como en todo matrimonio disuelto que se respete, he seguido viendo a mi antigua consorte en bodas (la propia incluída), bautizos (los de mis hijas incluidos), funerales (probablemente el mío incluido), etc. Pero solo en esas ocasiones solemnes y sin la más mínima intención, por lo menos de mi parte, de revivir el romance vivido hace ya muchos años.
Es cierto, creo en Dios, más no en su embajada terrenal. Tampoco lo veo rubio o castaño claro, de facciones finas, incluso guapo. Irreverente como soy, lo veo como una fuerza que rebasa mi entendimiento y que es el autor de cosas que me resultan inexplicables (como el voto útil, la Creación, el Universo, la Muerte, la Vida, el Sentido de la misma, el voto inútil del 2006 y el sistema político mexicano). A Dios lo veo a diario y, a la vez, nunca. Cuando la vida me apabulla, me avasalla, cuando el miedo me invade, cuando creo que no hay esperanza, lo invoco.
Como podrán ver, soy perfectamente primitivo, monoteísticamente politeísta y humanamente imperfecto.
Antes de proseguir, ofrezco disculpas por la digirrea (también me arrogo la creación del término hasta que alguien me lo impida), pero el pasado me cayó de golpe y reviví desde mi infancia hasta mi mediana adultez (dice mi esposa que ya me estoy pasando de tueste). Por cierto, digirrea es incontinencia de los dedos que produce una abundante cascada de palabras digitadas en el teclado de la computadora, muchas veces incoherentes, y otras, piadosamente legibles.
Pues el buen Pedro Miguel hace un recuento de asesinatos, incestos, sodomías, bigamias, lujurias, promiscuidades, ambiciones, bastardías, intrigas y otras linduras sucedidas en la ya mencionada Pornocracia en el seno de la Santa Madre Iglesia Católica, protagonizados por los Papas de esa nefanda época. A Miguel le resulta un texto bien documentado, como es costumbre en él, pero en mi muy particular y personal opinión, repulsivo. Tanto olor a santidad que se atribuye la Iglesia Católica siempre me ha resultado sospechoso, y leer el texto de Miguel colisionó con mi formación y confirmó, por enésima vez, mis recelos.
Se los recomiendo, aunque no nos hacemos responsables, ni el autor ni un servidor, por los efectos que produzca.
¡Salud y disfruten su domingo!
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