martes, agosto 18, 2009

Las marismas calderónicas

En diversos foros repitió que México era un navío de gran calado que capotearía cualquier tempestad económica.

Y felipe calderón intentó sustentar su dicho con frases huecas y vanas: blindaje de la economía, responsabilidad y disciplina fiscal, y cosas por el estilo. Su secretario de Hacienda, un antiguo y menor funcionario de un organismo financiero internacional, le hacía la ronda: que cuando mucho nos daría un catarrito ante la neumonía financiera internacional.

Pues su barco de gran calado ha encallado en las caóticas marismas que él mismo engendró. Con múltiples frentes de guerra abiertos, aunque solamente uno reconocido, el michoacano persiste en los vicios de micro management que Carlos Castillo Peraza le recriminaba paternalmente. Prácticamente no hay un solo rubro de la vida nacional que no se encuentre en crisis, mientras que el joven, inexperto y solitario presidente porfía en andar por la misma senda que nos conduce al abismo.

Tal como le sucedió cuando era candidato presidencial, hoy calderón se distancia hasta de sus aliados y promotores por sus pésimos resultados. Los empresarios, las instituciones financieras mexicanas que gozan de alguna independencia, su partido, las organizaciones civiles que comulgaban con él, la Iglesia misma, todos a una, le recriminan su gestión y le exigen acciones efectivas. Ya ni qué decir de sus opositores y adversarios políticos, así como de un creciente sector de la ciudadanía, que desde su habitual parálisis, empieza a manifestar una pronunciada y justificada preocupación respecto al rumbo, o la falta de, que acusa el país.

Parece ya muy tarde para intentar salvar la presidencia de calderón, sobre todo por la soberbia, la obstinación y la insensibilidad que lo caracterizan. Pero no es tarde para salvar a México. En estos aciagos días que corren, la crisis provocada por el presidente debe analizarse como lo que es: una crisis integral, sistémica y estructural. Partiendo de la base de que los vacíos de poder tienden a llenarse espontáneamente, los poderes fácticos buscan su consolidación, pero al mismo tiempo, es una gran oportunidad para la ciudadanía de recuperar los espacios que le han sido arrebatados.

En lo personal, veo dos grandes peligros para México: la balcanización del país, y un estallido social. Ambos escenarios no son excluyentes, como tampoco lo son inclusivos, por lo que existe el riesgo de que ambos se produzcan. En el primer caso, la terrible inseguridad que vive el país, marcada pero no exclusivamente en el norte; la quiebra de las finanzas nacionales que están llevando a los gobiernos estatales y municipales a la parálisis; una presidencia azorada e inerte que arrastra el lastre de un gabinete incapaz; el enorme poder económico de la delincuencia organizada que ha sabido permear a la sociedad desde sus cimientos; la cerrazón de la oligarquía a crear válvulas de escape al descontento; y la renuncia del gobierno de ser el instrumento para que el Estado garantice la unidad y la protección de La Nación, son solamente algunos de los ingredientes que pueden romper el pacto federal.

Por el otro lado, el creciente descontento de la clase media mexicana, que ha visto mermarse sin pausa y aceleradamente su nivel de vida, se configura como la chispa que puede encender la mecha del descontento que priva en los estratos más desprotegidos que sufren de una pobreza progresiva, mientras que las clases pudientes también luchan por conservar sus privilegios. Como ya lo he dicho aquí mismo, las revoluciones más grandes y sangrientas han provenido justamente de esas capas de la población: las que se encuentran por encima del nivel de pobreza. Baste mirar las luchas libertarias de México en 1810 y 1910 para corroborar lo anterior. El intrínsecamente débil pacto social, o contrato social de acuerdo a Juan Jacobo Rousseau, puede quebrarse.

Encuestas recientes de diferentes empresas ubican como la principal preocupación de los mexicanos a la economía, incluso por encima de la inseguridad, que ha sido el tema preponderante en la agenda del inquilino de la antigua Hacienda de La Hormiga, hoy Los Pinos.

El ánimo que nos acicatea anualmente a celebrar nuestra preciada Independencia difícilmente tendrá algo con qué alimentarse el año venidero, cuando por partida doble deberíamos festejar dos centenarios: el primero de nuestra Revolución y el segundo de nuestra Independencia.

Está en nuestras manos, entonces, definir si tendremos algo que celebrar el próximo año.

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