miércoles, julio 23, 2014

Judíos, sionistas, semitas y palestinos

En el agitado río del conflicto árabe-israelí no está de más aclarar conceptos. Su antecedente más remoto está en el siglo VI AC con la diáspora judía, cuando de las dos casas resultantes de las doce tribus originales, la de Judá abandona Israel, forzada por el rey babilonio Nabuconodosor II. La antiguamente llamada Sion (también Sión o Zion entre otros nombres), hoy conocida como Jerusalén, ha sido relevante en la historia del pueblo hebreo, siendo desde un lugar sagrado y espiritual, hasta un centro político y militar. Incluso en viejos documentos, como la Biblia misma, Sion representaba paz y libertad.

En el siglo XIX se gesta un movimiento político que impulsa el retorno de los judíos a la Tierra Prometida (que comprende las antiguas Judá o Judea e Israel), al cual se le conoce como Sionismo o Nacionalismo de la Diáspora. Hasta aquí todo bien, pero el problema es que la antigua Sion ya está ocupada por otros pueblos, como palestinos y árabes, razón por la cual el Sionismo empieza a radicalizarse, convirtiendo una legítima demanda en un afán ocupacionista al proponer la expulsión de los pueblos asentados en la región para lograr la creación de un estado judío, lo que se logra en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial al proclamarse el Estado de Israel. Para acabar de enredar las cosas, tanto hebreos (judíos) como árabes pertenecen a una enorme y difusa congregación de pueblos llamados "semitas", (término derivado de Sem, hijo de Noé), que incluso abarca grupos étnicos de África. Siendo originalmente un término lingüístico y antropológico, durante el Nacional Socialismo alemán se le da una connotación racista al incorporar a la ideología supremacista del nazismo el concepto de "anti-semita" como sinónimo de anti-judío.

Para tomar aire, podemos anotar que sionismo y semitismo están muy lejos de ser sinónimos. Por el contrario, debido a razones históricas el sionismo se ha vuelto un concepto excluyente del semitismo, auto configurándose como una ideología supremacista de grupos radicales y fundamentalistas en Israel y Estados Unidos, en donde vive la principal colonia judía fuera de Israel. Cobijado por el legítimo derecho de tener una patria judía, el sionismo propugna por extenderse anexándose los Territorios Palestinos que se asientan en y alrededor de Jerusalén. En la historia moderna, este ha sido el conflicto desde finales de los años cuarenta del siglo pasado hasta el tiempo presente, lo que ha provocado guerras entre semitas (judíos, árabes y palestinos, principalmente), terrorismo y masacres.

Nadie está exento de culpa en este complicado escenario, todos los bandos han recurrido a medidas reprobables y repudiables. Hoy toca el turno en este circo de barbarie al poderoso estado de Israel de llevar la violencia al extremo en contra de un pueblo esencialmente desarmado, oprimido doblemente por el expansionismo israelí y grupos extremistas como Hamás y Hezbolá.

Imposible es cubrir en unas cuantas líneas las múltiples aristas de este entreverado conflicto milenario, en donde juegan religiones, etnias, culturas, lenguas y territorios. Pero espero que sirva para clarificar que no todos los judíos son sionistas, que muchos se oponen al extremismo de sus líderes formales en Israel, y que ese valeroso pueblo no merece ser etiquetado como asesino, inmisericorde, genocida o maldito.

Exijamos, sí, que el sionismo ponga un alto inmediato al Holocausto palestino, pero no hagamos blanco de nuestros reclamos a todos los judíos.

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