sábado, abril 09, 2011

Hipnosis y kakistocracia

Cinco meses sin escribir en este espacio. Demasiadas cosas pasando en el país, únicas y repetitivas al mismo tiempo, con tal rapidez que me dejaron pasmado.

Como si fuera una obsesión, durante los últimos años le he dado seguimiento, primero divertido, luego preocupado y ahora desesperado, a las pifias constantes de felipe calderón (con minúsculas). Constatar en la realidad que lo que parecía iba a salir mal resultó peor de lo esperado es un golpe del que me ha costado reponerme, porque además se repite cotidianamente embalsamado junto con los 40 mil muertos de una batalla sin sentido ni objetivo; se repite empapado en la sangre de inocentes, decapitado por la brutalidad inhumana de los delincuentes, ahogado en el cinismo gubernamental en todos los órdenes.

Mucho criticamos el actuar y las omisiones de quien ocupa la titularidad del Poder Ejecutivo, arrimado a los rincones, viviendo sus fantasías, disfrutando de sus "juguetes" clase Jack Bauer. Un niño inmaduro, berrinchudo con mucho poder formal pero empantanado en sus delirios. Pero ¿qué decir de nosotros, los ciudadanos, que contemplamos inertes esta comedia de errores y horrores sin chistar? ¿Qué decir de nuestros "representantes" en el Poder Legislativo? ¿Qué decir de los impartidores de Justicia en el Poder Judicial? ¿Qué decir de los partidos políticos que han abdicado a los ideales, las ideas y las ideologías para montarse en el jamelgo de los beneficios personales al corto plazo, en la rebatinga de privilegios y prebendas, en el festinamiento de la hacienda pública?

Alguien dijo hace poco, un ciudadano de a pie, que la izquierda ha abandonado su ideología mientras que la derecha no lo ha hecho ni un ápice. Este diagnóstico, fulgurante y oscuro a la vez, radiografía con escalofriante precisión lo que no solo en México está ocurriendo, sino en todo el mundo.

Durante siglos, con diferentes pieles y nombres, la pugna entre pobres y ricos ha movido la rueca de la historia. Hoy el libre mercado, el consumismo como realización personal, el monetarismo rampante, la acumulación brutal de riqueza, la desigualdad lacerante, el capitalismo salvaje, la "pinche competitividad" (citando a Javier Sicilia en su carta abierta a políticos y criminales) han sustituido dicha lucha, muchos años conocida como lucha de clases, término hoy en desuso y casi vergonzante.

Como muestra tenemos los escandalosos fraudes financieros, la indignante e indigna especulación financiera que arruina naciones (Grecia y México pueden dar dolorosa constancia de esto), la adoración del vellocino de oro, sea negro o amarillo, que alquímicamente se transmuta de bendición a maldición postrando pueblos enteros bajo las armas y las botas. La lucha ya no es de ideologías sino de carteras.

Mesmerizados por las falsas promesas del neoliberalismo, naciones enteras se han entregado al ejercicio de flotar al garete entre las fuerzas del mercado. Sus gobernantes pasaron de entender de bienestar, salud, educación, empleo, garantías, seguridad, soberanía a solamente comprender de maximización, eficiencia, empoderamiento, competitividad, privatización, adelgazamiento, macroeconomía e indicadores financieros. La gente se convirtió en números y solamente hacen sentido mientras figuren en las estadísticas, no importa si son de pobreza, asesinatos, daños colaterales, inmigrantes ilegales o desplazados por la violencia. La ciudadanía ya no es fin ni medio, es un estorbo. Hay que proveer servicios, seguridad, salud, educación, cultura, y todas esas estupideces que no generan plusvalía ni superávit, a menos que sean puestas en manos privadas. Por eso se les llama tecnócratas, por eso el término se ha convertido en peyorativo, por eso se han conformado en una kakistocracia (el gobierno de los peores).

Madurar durante meses los pensamientos anteriores, darles forma, asimilar el absurdo cotidiano, el horror que se ha vuelto habitual a fuerza de la administración de la desgracia ajena que hacen los gobernantes (parafraseando nuevamente a Javier Sicilia), me mantuvo silencioso, callado, taciturno.

Pero salir a marchar el miércoles pasado junto con miles de personas en diversos puntos del país y en ciudades del extranjero me devolvió la voz, me determinó a fortalecer la esperanza mediante la acción, a contrapelo de la desesperanza que la kakistocracia se ha afanado en sembrar entre nosotros.

"Estamos hasta la madre", "Ni un muerto más", "No más sangre", "No es nuestra guerra", "Queremos paz" son algunas de las consignas que vibraron en miles de gargantas ese feliz día, que se estamparon en mantas, carteles, afiches, camisetas, rostros, miradas y conciencias. "La indiferencia también es un crimen" se leía en cartulinas portadas por jóvenes manos huérfanas de futuro. Ancianos portando a cuestas bastones, sillas plegables y su vejez marchando junto a una mujer en silla de ruedas; niños en los hombros de sus padres enarbolando banderas de México; adultos avergonzados por permitir el desastre que flagela al país gritando a todo pulmón y ofreciendo su corazón. No todo está perdido.

Reitero y refrendo que los ciudadanos somos la última línea de defensa contra la violencia deshumanizada, contra la acumulación de riqueza obscena, la desigualdad vergonzosa, la procaz enajenación de los políticos, el fusco manto de la corrupción que nos cubre y atenaza, la despiadada impunidad que nos corroe, el desamparo social, político y económico al que nos hemos condenado nosotros mismos. Por nuestra propias manos yertas hemos muerto.

Si no queremos convertirnos en un montón de osarios sobre los que gobernarán o reinarán políticos facciosos y criminales deshumanizados, y nuevamente abrevo en las aguas de la multicitada carta de Javier Sicilia, el conjuro es la participación. Opciones hay muchas, simplemente han sido secuestradas, por lo que individuos y organizaciones luchan por reconquistarlas. Escribirle a nuestro diputado, llamarle a nuestro senador son prácticas inéditas para los mexicanos, pero existen y pueden usarse. Una carta, un correo electrónico, una llamada pueden hacer la diferencia. No debemos menospreciar el peso de la acción individual que construye la acción colectiva. La tecnología también está de nuestro lado, pues podemos enviar mensajes por Twitter a nuestros representantes, a los funcionarios federales y locales, a quienes están ahí para servirnos, no para servirse de nosotros. Basta escribir el nombre del funcionario o legislador en un buscador de Internet y seguramente encontraremos su cuenta en Twitter, pues todos están montándose en esta herramienta, sobre todo por los tiempos electorales que se avecinan. También se puede consultar la lista de legisladores en la página electrónica de las cámaras que conforman el Congreso de la Unión.

Iré recopilando una lista de herramientas, que publicaré aquí, como datos, direcciones y organizaciones con las que se pueda participar en esta guerra cívica y pacífica contra las facciones que llevan a cabo su guerra inhumana y sangrienta.

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