Dentro de la larga cadena de sumisión, donde el que más tiene somete al que se encuentra inmediatamente debajo de él, es preocupante la situación del país.
Hace unos 30 años, México contaba con suficiente petróleo para dictar sus propias políticas energéticas, al mismo tiempo que satisfacía la demanda interna de derivados, o casi toda.
Pero los tecnócratas comenzaron a tomar la manija del poder en todo el mundo, un creciente grupo de técnicos de la economía que no aceptaban la injerencia de ninguna otra fuerza para entender la conducción del estado y del gobierno. De esta manera las fuerzas políticas, sociales, culturales, y hasta las electorales, fueron hechas a un lado. El mercado existía por y para sí mismo, sin importar todo lo demás. Este proceso de la tecnificación ad absurdo inició su gestación a finales de los años sesenta y principios de los setenta, alcanzando su cúspide alrededor de 30 años después, cuando los tecnócratas fueron rebautizados como neoliberales, pues postulan que la libertad del mercado es lo único que le da sentido y control a la economía misma, perseverando en su visión excluyente de cualquier otra actividad humana como objetivo, contrapeso o complemento a su adoración al Becerro de Oro del Libre Mercado.
Pues bien, México se subió alegremente a ese barco casi sin darse cuenta. Desde las mazmorras del poder, un grupo de jóvenes mexicanos, por lo menos de nacionalidad mexicana, educados en prestigiosas universidades en Estados Unidos, destacándose Harvard, fueron escalando lentamente desde los puestos de menor nivel, ubicándose principalmente en las secretarías de Hacienda y Programación y Presupuesto, hasta convertirse en los titulares de esas secretarías.
En este proceso, un joven ambicioso e inteligente llamó la atención del entonces Secretario de Programación y Presupuesto (SPP), a la sazón antiguo maestro suyo en al UNAM, y le empezó a encomendar tareas. Esto le sirvió al joven funcionario público para granjearse la total confianza del secretario, quien fue postulado a la candidatura a la Presidencia de la República, por el entonces invencible PRI.
El nombre del ex catedrático de la UNAM, ex titular de la SPP, y ex presidente de México es Miguel de la Madrid Hurtado. El de ese joven que también fue presidente de México: Carlos Salinas de Gortari.
Salinas tenía lo que llamaban su grupo compacto, amigos que habían hecho estudios de posgrado en economía Harvard y otras universidades. Ahí fue donde algunos de ellos empezaron a trabar amistad. Ese grupo compacto se fue ampliando a medida que iban ganado poder. ¿Nombres? Jaime Serra Puche, Pedro Aspe Armella, José Córdova Montoya, Manuel Camacho Solís, Manuel Tello Macías, Ernesto Zedillo Ponce de León, Luis Donaldo Colosio, y Emilio Gamboa Patrón, entre otros.
La lenta ascensión de este grupo de tecnócratas fue creando problemas en todos lados, pues las viejas estructuras de poder no los reconocían como propios, pero debieron rendirse ante la inexorable toma de posiciones, y de poder, que fueron logrando. Ese fue el caso del PRI, que fue utilizado por Salinas para llegar al poder, y una vez ahí, se encargó de desmantelarlo, tarea que culminó exitosamente Zedillo al entregarle la presidencia a Vicente Fox, otro arribista pero del partido más conservador de México, el PAN.
Al fragor de la batalla no se han oído los lamentos de los caídos, ni las súplicas de los heridos. A saberse: la digna política exterior mexicana condensada en la Doctrina Estrada (que postula la libre autodeterminación de los pueblos); la rectoría del estado en materia energética; la autosuficiencia alimentaria; el estado laico; el desarrollo educacional y científico (bastante magros en los regímenes post revolucionarios); el campo mexicano y los millones de connacionales que vivían de él; la industria nacional, dejada a su suerte por el Tratado de Libre Comercio; los derechos básicos consagrados en la Constitución (también previamente vapuleados por los gobiernos priístas): a una vivienda digna, al empleo, a la educación gratuita, a la libre expresión, al voto, a elegir democráticamente a sus gobernantes, etc.
Hoy el país se acerca a pasos agigantados a la categoría de bananero, pues nuestro principal producto de exportación es el petróleo, al igual que nuestra principal fuente de divisas. Pero se está acabando, y no tenemos con qué suplir esas exportaciones. Nuestro segundo principal producto de exportación son los mexicanos que huyen de su país hacia el norte de América buscando lo que su patria les niega: trabajo, bienestar y dinero. Es nuestra segunda fuente de divisas. El Muro de la Vergüenza que construye Baby Bush no detendrá el flujo, pero si pone cierto riesgo en el flujo de remesas hacia México.
Después de esto, ¿qué exporta México? Nada que le pise los talones a alguno de los dos rubros anteriores, ¿Qué hará el país cuando el petróleo se agote? ¿Por qué Calderón quiere entregar nuestros energéticos, escasos ya, a la inversión privada y a las compañías extranjeras? ¿No es esto traición a la Patria?
El capital extranjero domina y somete al capital nacional, éste a la clase política nacional (donde hoy todo político que se respete es también exitoso empresario, borrándose las fronteras naturales), éstos a su vez someten a sus electores, y los electores cargamos con el peso de intereses y políticas que nos convierten en parias dentro de nuestro propio país.
Pero nuestro silencio le da carta de naturalización a lo que nos daña, le expide un salvoconducto hacia el pasado para perpetuarlo, mientras el futuro se aleja cada vez más.
Cartones - Magú
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