martes, junio 22, 2010

Mole sin ajonjolí

Clic para agrandar.



Clic para agrandar.

Sin pausas, sin prisas, pisaba todos los escenarios: ora una marcha aquí, ora una entrevista allá. Foros, presentaciones, tertulias, salones, calles, callejuelas, callejones, simposios, homenajes, sínodos, aquelarres, mítines, redacciones, plazas, plazuelas y plazoletas, el Zócalo, el Ángel, fondas, librerías, bibliotecas, cines, teatros. Palacios, comunidades, autobuses, estudios de radio y televisión, taxis, universidades, antesalas, mercados, antros, salones de baile, explanadas, patios, pueblos, cantinas. Y al final, el hospital donde puso punto final a su peregrinar actual solamente para iniciar otro.

Clic para agrandar.

Ajonjolí de todos los moles, generoso, sagaz, ácido, ingenioso, lector, letrado, incansable, implacable, inasible, prodigioso, hijo reconocido tardíamente por su padre, Carlos Monsiváis asombraba por sus múltiples virtudes, pero quizá la más notable es que estaba en todo y con todos. Rara avis, sin duda: Un intelectual íntegro reconocido y respetado por el pueblo. Pocos, muy pocos pueden ufanarse del reconocimiento generalizado, aunque Monsiváis lo desdeñaba con, creo yo, falsa modestia.

Clic para agrandar.

Su inverosímil capacidad de multiplicarse le permitía hacer sentir su presencia en cuanto suelo pisaba, pero lo más importante, de atestiguar momentos banales y trascendentales de la vida nacional. No es exagerado considerarlo uno de los hijos más ilustres de México, pues alcanzaría con su asombrosa inteligencia y extensa cultura para adjudicarse el título, que también rechazaba. De igual manera sus libros, crónicas, columnas y charlas son mérito suficiente. Pero lo que a mi juicio es la más grande aportación de Monsiváis es su integridad. También son muy pocos los que a través de su vida han sido uno cuando se trata de uncir el pensar, el decir y el hacer. Monsiváis era incorruptible y profesaba un gran amor por el suelo que lo vio nacer, este México desgarrado.

Clic para agrandar.

 En el devenir de los grandes temas de la agenda nacional uno podía contar con la lúcida visión, la implacable ironía, el punzante acotamiento del sempiterno habitante de San Simón, en la Colonia Portales de la Ciudad de México. Se erigió como la conciencia de un México que se nos ha ido de las manos, de un país que se diluye, se difumina, se ensombrece. Tirios y troyanos probaron el rigor de su fusta, a pesar de que siempre había una puerta abierta para debatir respetuosamente con ellos. Su reino era el de la inteligencia, el de la diversidad. Nos recordaba que las batallas se libran a diario, y que cuando una finaliza la otra ya está encima.

Clic para agrandar.

En estos tiempos infaustos y fuscos asumió su responsabilidad de ciudadano; a un mal gobierno siempre opuso su espíritu y su palabra; a un Estado fallido lo combatió con su prosa hilarante; a las intenciones deleznables de acallar la crítica respondió con sus facultades deleitosas. Impartió justicia donde las Instituciones no lo hacían; exhibió las pobrezas de los poderosos y las carencias de los que todo lo tienen; y como nadie, documentó nuestro optimismo.

Su integridad, entonces, le vale un sitio de honor no en el Parnaso, sino entre la gente, sus pares, sus iguales. ¿A qué honor más grande puede alguien aspirar?

 Technorati Tags:  
 
Del.icio.us Tags:

No hay comentarios.: