jueves, mayo 10, 2018

La era de los gaznápiros

Francisco Labastida Ochoa inauguró la era de los políticos gaznápiros. Aunque no era un completo tonto como los demás que mencionaré, fue un contendiente tibio, gris e insulso. Su aportación fue bajar la vara con la que se medía a los candidatos. Eso le permitió a Vicente Fox alzarse con un triunfo inédito: ganó un abanderado de oposición, el más tonto, pero que supo capitalizar el enorme descontento con el PRI.

La presidencia de Fox fue un carnaval de yerros, omisiones, puntadas, nepotismo y corrupción. Desde el ya famoso "¿Y yo por qué?" cuando se le instaba a frenar el ilegal apoderamiento del Canal 40 por parte de Ricardo Salinas Pliego hasta las injerencias de su impresentable esposa Marta Sahagún. El gabinete navegó al garete, y los que tuvieron más saliva comieron más pinole. La labor que le encomendaron quienes idearon y aprobaron su triunfo (que es un tema extenso, que no tocaré en esta ocasión, y solamente diré que no hubo tal alternancia, lo siento) fue la de realizar las reformas constitucionales relativas a educación, materia energética, hacienda pública y comunicaciones, entre otras. Se perdió en sus laberintos mentales y no las llevó a cabo.

Luego vino el sexenio de Calderón, del que solo apuntaré que su ineptitud, su ingobernable ego, su irascible carácter y sus marcadas obsesiones también le apartaron del camino que se le había trazado para lograr los reformones que los neoliberales exigían. Enfocó todas sus baterías en librar una guerra sin rumbo, sin estrategia, y sumió al país en el caos. Ese fue su legado, esa su historia, que pone en segundo plano su perversa bufonería.

Llegó Peña Nieto, el neoliberalismo resucitó al PRI, ya que el PAN demostró que no tenía la experiencia, la capacidad ni el vigor para reformar la Constitución en áreas torales y sagradas para los mexicanos como el petróleo y la energía eléctrica. Lo que sí logró Acción Nacional en las presidencias que detentaron fue el desmantelamiento de las leyes laborales abriendo la puerta a los empleos precarios.

Los escándalos y yerros de Peña no detuvieron los controversiales cambios a la Constitución que borraron conquistas históricas de la Nación mexicana y legalizaron prácticas que venían realizándose de facto desde muchos años atrás. Sus conocidos atributos de superficialidad, corrupción, insensibilidad, ignorancia, incultura y estupidez no incidieron efectivamente para evitar que concretara la mayor parte de la agenda que se le impuso como aduana para llegar a Los Pinos. La vara que Labastida y Fox bajaron le permitió a Peña no sólo hacerse del poder formal, sino que le llevaron a pensar que otro gaznápiro podría sucederle. Y así designaron a José Antonio Meade Kuribreña como aspirante a sucederlo.
Pero en esta ocasión parece que el plan no cuajará. El eclipsado pretendiente navega en un lejano tercer lugar, treinta puntos atrás del puntero, mientras su equipo de campaña no acierta (por incapacidad genuina o dolosa) a enderezar el rumbo, colocándolo en situaciones vergonzosas por la improvisación y el desgano imperantes. El oscuro funcionario federal es demasiado imbécil para darse cuenta de los cuantiosos desvíos de dinero que ocurrieron en las secretarías de estado por donde pasó (una de ellas responsable de administrar los recursos económicos del país), o bien, es cómplice, al menos pasivo, de la descarada corrupción del peñato. En adición, la pesada loza del desprestigio del instituto político tricolor ha sido demasiado lastre para un opaco burócrata "sin partido".

Las preferencias electorales actuales sugieren que casi la mitad del electorado con intención de votar ha sido vacunada en contra de gaznápiros, palurdos y engañabobos, mientras que la otra mitad se encuentra dividida, temerosa y opuesta a un candidato que les incomoda en demasía, al que descalifican por populista, mesiánico y ser de extrema izquierda, pero rara vez lo acusan de memez.

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