Hoy la herida sanó un poco, solamente un poco. Los estudiantes volvieron masivamente a Tlatelolco, la ciudad que gobernó Cuauhtémoc antes de ser ungido tlatoani mexica.
Tlatelolco: los montículos de tierra que se tiñeron de rojo en 1521 cuando cayó en manos de los españoles; los montículos de arena que, nuevamente, se volvieron carmesí en 1968 con la sangre de modernos guerreros, púberes muchos, jóvenes, valientes, vitales.
Sus terrazas revivieron al paso de miles de pies que, como tambores, hicieron temblar sus pirámides, los altares dedicados a Ehécatl-Quetzalcóatl; El Palacio, el Templo de las Pinturas, a sus amantes, los altares Tzompantli Norte y Sur, la Iglesia de Santiago; a la Plaza de las Tres Culturas, toda, íntegra. Los jóvenes, nuestros jóvenes, fueron al encuentro de su destino nuevamente, menos funesto que hace casi 44 años, más esperanzador. El futuro.
Juguetones arroyos de gente, multicolores, serpentearon nuevamente por Tlatelolco. La gente los vio pasar nuevamente y recordaron, con un temblor, su andar hace más de cuatro décadas. Las mismas sonrisas, los mismos juegos, las mismas ilusiones que acompañaron a los caídos resucitaron para arropar e impulsar a esta nueva inyección de savia; los que se salvaron, (salvados entre comillas pues debieron sufrir el horror de las cárceles, las torturas, o simplemente, la culpa de haber quedado vivos), prestaron su utopía a esta nueva generación sin guardar rencor a las que poco hicimos por reivindicar su lucha.
Tlatelolco. Se abrió para recibir a Andrés Manuel López Obrador, que como el caracol marino de Tecuciztécatl, hace resonar los juveniles alientos de estos ciudadanos neonatos; teponaztli de Xipe Tótec que hace eco del latir impetuoso de los corazones núbiles. Tlatelolco, en donde Xiuhtecuhtli recogió las almas de decenas, centenas, millares (quizá nunca sabremos el número exacto) de los que ofrendaron su vida, su existencia a un ideal, ora involuntariamente, ora con la intuición del martirologio que les esperaba para no escribir sus nombre, sino una anónima entrada que quedó registrada en ese libro sagrado.
Tlatelolco, México, hoy, la encrucijada. Y volvieron a corear consignas, y volvieron a blandir sus armas: el idealismo, la conciencia de hacer lo justo y correcto, el Goya, el Huelum, las nuevas porras, algunas aún nonatas, de la UAM, la UIA, la UACM, la UV y varias más. Y el entusiasmo se convirtió en gritos, y los gritos en ecos, y los ecos en una promesa: transformar a México en un mejor lugar para habitar, en un mejor país para vivir y en una mejor tierra que los recibirá en su hora última.
¡No nos falles! le pidieron a López Obrador los universitarios, y tal vez éste pensó "¡Cómo hacerlo si vinieron hasta aquí a levantar sus puños, sus voces, sus sueños!". Los discursos ya no importaron, ya todo estaba dicho. Ya la herida había sanado un poco, solamente un poco.
Tlatelolco, México, hoy.
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