El sistema capitalista ha vivido durante 500 años, pero se encuentra
en una fase de agotamiento terminal. La acumulación de capital ha
llegado a extremos suicidas al despojar a la enorme mayoría de la
población mundial de su bienestar. El cinismo con que esto viene
ocurriendo durante los últimos 20 años ha sido percibido, y en realidad
lo es, como una enorme y descarnada burla. El 1% de la población ha
acaparado la riqueza mediante saqueos impúdicos de países y pueblos,
cancelando el futuro para el 99% restante. Immanuel Wallerstein augura
al menos dos décadas más de agónicos estertores para el modo productivo
que nos ha llevado a la aspiracional adoración del vellocino de oro.
No se necesita mucho para demostrar la decadencia del capitalismo, ya que las evidencias se acumulan por todos lados. Podemos encontrarla
desde las pistas que nos dejaron siglos atrás Hegel, Marx, Bakunin y
Engels, entre otros, hasta las páginas de los periódicos de hoy mismo,
en donde se consignan los síntomas del delirio imperialista, entendido
como la fase culminante del capitalismo: enormes crisis estructurales y
protestas masivas en Grecia, España, Chile, Túnez, Islandia, Francia, y
ahora en el corazón mismo de la bestia: Wall Street en los Estados
Unidos.
El eje de las protestas es uno, en despecho de las
diferencias culturales y geográficas: la cancelación de oportunidades de
bienestar, especialmente para las futuras generaciones. Jóvenes que han
debido hipotecar su porvenir para pagar sus estudios universitarios en
un sistema educativo privatizado para luego no encontrar trabajo;
pensionados y jubilados que sobreviven en condiciones cercanas a la
miseria; legiones de desempleados víctimas de la "eficiencia" y la
"productividad" globalizadas y globalizadoras; millones de agricultores,
campesinos y familias expulsados de los campos hacia las ciudades por
la pobreza; la polarización social que conduce al resurgimiento de los
neonazis y la extrema derecha en el Viejo Mundo como fuerza política (y
ni qué decir acerca del ultra conservador Tea Party en los Estados
Unidos); sistemas de salud privatizados que dejan en la indefensión a
millones de personas en aras de aniquilar el "nocivo" tutelaje del
estado; las "auto reguladas" fuerzas del mercado marcando el paso de la
actividad económica mundial; los enormes fraudes de los fondos de riesgo
con los que las más poderosas, e impúdicas, entidades financieras
mundiales han quebrado al sistema monetario internacional, echando a la
calle a cientos de miles de familias al arrebatarles sus casas por una
falsa crisis hipotecaria inducida dolosamente; el "rescate" de esas
mismas firmas financieras por parte de gobiernos de todo el mundo con
dinero público; vastas extensiones de tierras de siembra acaparadas por
multinacionales, junto con sus respectivos aprovisionamientos de agua,
con la complicidad de los gobiernos de todo el orbe; la depredación de
los recursos naturales, incluido el petróleo, nos ha colocado a la vera
de una crisis ambiental de escala mundial.
La lista podría
continuar por un buen rato, pero estos ejemplos ya son lo
suficientemente demostrativos, y apocalípticos, para ilustrar la
situación actual que guarda el "orden mundial". "Hacer más con menos" es
el mantra del imperialismo, sin importar que en el proceso las
ganancias sean privadas y las pérdidas se adosen a las sociedades.
Pero
entonces surge la pregunta: ¿Qué sigue? Decía la filosófica Mafalda que
lo difícil no es romper el sistema, sino saber qué hacer con los
pedazos. Y parece que ni los unos ni los otros tenemos claro este punto.
La kakistocracia mundial se ha quedado sin ideas (por ejemplo, a Grecia
le piden que se de un tiro en la sien con la pistola de la
profundización de los recortes a los gastos sociales y a las inversiones
productivas para entonces acudir a rescatarla), mientras que la gente
de a pie intentamos comprender qué está sucediendo. Una pancarta en las
protestas llevadas a cabo recientemente en Wall Street rezaba: Debido a
los recortes en los gastos, la luz al final del túnel ha debido ser
apagada. ¿Debemos desempolvar a Marx? ¿Debemos inventar un nuevo sistema
productivo? ¿Debemos arroparnos en el amor para coexistir con la
naturaleza y eliminar la desigualdad, como propone Leonardo Boff?
¿Bastará solamente con suavizar y reinventar al capitalismo? ¿Qué hacer?
se preguntaba Lenin.
Gracias a los dioses celestiales, no tengo
la respuesta a estas preguntas. Lo que sí creo saber es lo que NO
debemos hacer. La enajenación de la clase gobernante para con sus
gobernados, que ha conducido al estado actual de las cosas, tiene su
génesis en el alejamiento de los ciudadanos de la participación
política. Les dimos manga ancha a los políticos para que nos
"representaran", y todo ha sucedido menos dicha representación. Los
políticos crearon, a la vera de nuestra apatía, una nueva clase social
parasitaria: la clase política. Lo que menos debemos hacer es dejar que
este esquema continúe. Dicho de otra manera, la primera acción que
debemos emprender es la participación ciudadana. El precio que hemos
pagado por nuestras omisiones ya es demasiado alto, como para elevarlo
más. Si persistimos en nuestra inacción inevitablemente llegaremos a una
guerra, que bien puede librarse entre los países dominantes para acabar
de apropiarse de la riqueza de los países dominados, o bien, de los
gobiernos y estados en contra de sus propios ciudadanos. ¿Y porqué el
desenlace tiene que ser necesariamente una guerra, en caso de
prolongarse la situación actual? El capitalismo, y sus conductores en
turno, nunca se han caracterizado por su humildad, por lo que la
posibilidad de que rectifiquen está cancelada desde ahora. Distribuir la
riqueza que han acumulado salvajemente no está en sus planes, ni
siquiera para tirarnos migajas que calmen nuestros ánimos. La historia
nos ha mostrado, sobre todo la moderna, que cuando los estados prósperos
entran en crisis, recurren a la redistribución de los recursos y las
hegemonías mediante conflictos armados, incluso a nivel mundial. Hoy,
los sectores más duros de las oligarquías del orbe reclaman el inicio de
hostilidades a mayor escala para encontrar un nuevo orden internacional
sin poner en duda la viabilidad del sistema capitalista. Inglaterra y
los Estados Unidos son la mejor muestra de lo anterior al cultivar,
alentar, estallar y mantener conflictos regionales en Palestina, Iraq,
Kuwait y Afganistán, por citar solamente algunos ejemplos. Aquellas
naciones han defendido, mediante la agresión, un orden unipolar
monetarista, basado en la chatarrización del dólar y acumulando
monstruosos déficits fiscales. Por otro lado, las guerras siempre han
aceitado convenientemente la maquinaria económica de las naciones
hegemónicas, y hoy más que nunca, buscan desesperadamente la generación y
apropiación de más riqueza para paliar sus crisis estructurales.
Sin
redistribución de la riqueza, sin nuevas ideas y con severas crisis
fiscales y financieras, ¿qué les queda a los países dominantes? La
guerra, solamente la guerra, no por necesidad, sino por avaricia y
pereza. ¿En contra de quién? En contra de quien se oponga, y solamente
pueden oponerse otras naciones o sus propios ciudadanos. La virulencia
con que los gobiernos, supuestamente de diferentes signos políticos, han
respondido a las protestas pacíficas en España, Grecia o Estados
Unidos, lo demuestra. El futuro nos ha alcanzado, y solamente la acción
individual puede desembocar en movilizaciones masivas que pongan freno a
la escalada del conflicto. A los gobiernos siempre les ha sido más
difícil disparar en contra de sus ciudadanos que contra soldados y
civiles de otros países. Nuestra labor es, entonces, impedir que la
brecha entre gobernantes y gobernados se ahonde, permitiéndoles a
aquellos considerarnos extranjeros en nuestra propia tierra.
Las
herramientas para la acción individual están ahí, a nuestro alcance,
desde las nuevas tecnologías hasta los canales institucionales
largamente existentes. Alzar nuestra voz para que la clase política nos
escuche; organizar boicots de consumidores; recurrir a la solidaridad
para instrumentar acciones colectivas son algunas de las armas efectivas
que podemos utilizar, so pena de que el siguiente paso sea tomar las
armas y enfrascarnos en luchas fraticidas.
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